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Las cucarachas y la violencia de género

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Las cucarachas y la violencia de género
30/09/2010 21:46
Mariano Yzquierdo Tolsada,
Catedrático de Derecho civil (Universidad Complutense), Consultor CMS Albiñana & Suárez de Lezo

Las cucarachas y la violencia de género
En el número del pasado mes de octubre de esta publicación se dedicaba un interesante reportaje acerca de las denuncias falsas. Pocos días después de leerlo, cayó en mis manos un número de ABC en su edición cordobesa, en el que se contenía una información de la Fiscalía Superior de Justicia de Andalucía, de la que se desprende que hasta un 73,3 por ciento de las procedimientos por malos tratos que se inician en los juzgados de lo Penal de Córdoba se resuelven con la absolución del acusado. Fueron 543 las sentencias pronunciadas por los Juzgados de Violencia sobre la Mujer –pues así se llaman, con mayúsculas institucionales incluidas, esos nuevos Juzgados a que se refiere la Ley Orgánica del Poder Judicial desde que el artículo 87 ter fuera añadido por Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género–, que ya son cinco en la capital andaluza desde diciembre de 2008. Pero 398 sentencias declararon inocentes a los encartados.

Habrá quien diga que estas líneas no son políticamente correctas, así que vaya por delante que en mi opinión, los maltratadores están muy bien en la cárcel. Pero que muy bien. Y es una lástima que la tortura se haya desterrado también cuando se trata de aplicarla contra ellos. Así que con esto adelanto mi defensa contra acusaciones frívolas y variadas -o no tanto- de quien me lea con intenciones bibianescas, construidas desde el Ministerio de «Igual Da». Pero quiero dedicar mi reflexión a las maltratadoras. Sobre todo a las maltratadoras psicológicas, que las hay también. Ya lo creo que las hay. No creo que sea esta noche la primera en la que algún varón va a dormir en algún calabozo porque la Guardia Civil ha recibido la llamada de rigor por una discusión en la que ha habido unas voces más altas que otras, pero nada más.

Aunque, por fortuna, no todo termina con el padre de familia preparando maletita y neceser. He leído estos días La Opinión de Murcia. Un Juzgado de Cartagena ha tenido que enfrentarse a la curiosa tesitura de cierta denuncia presentada por maltrato psicológico. El maltrato pretendidamente infligido por el marido que se negó a abandonar el puesto de trabajo. La llamada urgente era de la mujer: una cucaracha había aparecido encima de la cama del dormitorio principal de la vivienda, y exigía que su marido se desplazara a la casa para que el asqueroso monstruo artrópodo depusiera su actitud. El marido contestó que no dejaría su trabajo para ahuyentar al bicho ni menos para asesinarlo, pero la esposa, afligida, avisó al Cuartel de la Guardia Civil, pues, según ella, la acción demostraba el abandono que sufría, y, si se tenía en cuenta «la animadversión padecida hacia esos insectos», todo ello era, siempre a juicio de la histérica, constitutivo de un delito de maltrato psicológico.

Desde luego, algo había que hacer para descongestionar los Juzgados de Familia. Para que unas medidas provisionales que se piden en mayo no se dicten en septiembre, cuando por el camino los cónyuges ya se han matado a sartenazos. Pero lo que había que hacer era cualquier cosa menos quitarles la competencia para conocer de asuntos que tienen un componente técnico indudable. Aseguro que mis alumnos no se creían que en mitad de un procedimiento contencioso de divorcio, si media una denuncia por maltrato y la misma es admitida a trámite, serán los Juzgados de Violencia contra la Mujer (con todas las mayúsculas institucionales) los que tendrán que decidir las cuestiones de guardia y custodia, de custodia compartida, de uso de la vivienda familiar que es propiedad de los abuelos paternos y estaba cedida en uso a la familia, las cuestiones de contribución a las cargas familiares, de alimentos de los hijos mayores, y hasta de la disolución y liquidación de la sociedad de gananciales, con todo lo que ello conlleva de calificación previa como privativo o ganancial de cada uno de los bienes y cada una de las deudas.

Menos mal que en Cartagena hubo sensatez. La denuncia siguió su curso habitual, y al llegar al Palacio de Justicia, el juez especializado en violencia contra la mujer decidió que no merecía ser tramitada. Lo que no sabemos es si el marido fue invitado a presentar otra denuncia -pues ¿quién era el maltratador y quién precisaba urgente ayuda psicológica?- o fue invitado a que la próxima vez que reciba una llamada parecida, acuda al domicilio familiar para capturar a la blatta orientalis e irse con ella de copas a continuación, o hasta para iniciar una relación más sensata, pues, bien mirado, ¡las cucarachas también son de Dios!

Texto publicado en La Tribuna del Derecho.


http://www.legaltoday.com/opinion/articulos-de-opinion/las-cucarachas-y-la-violencia-de-genero
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Mariano Yzquierdo Tolsada,
Catedrático de Derecho civil (Universidad Complutense), Consultor CMS Albiñana & Suárez de Lezo

Las cucarachas y la violencia de género
En el número del pasado mes de octubre de esta publicación se dedicaba un interesante reportaje acerca de las denuncias falsas. Pocos días después de leerlo, cayó en mis manos un número de ABC en su edición cordobesa, en el que se contenía una información de la Fiscalía Superior de Justicia de Andalucía, de la que se desprende que hasta un 73,3 por ciento de las procedimientos por malos tratos que se inician en los juzgados de lo Penal de Córdoba se resuelven con la absolución del acusado. Fueron 543 las sentencias pronunciadas por los Juzgados de Violencia sobre la Mujer –pues así se llaman, con mayúsculas institucionales incluidas, esos nuevos Juzgados a que se refiere la Ley Orgánica del Poder Judicial desde que el artículo 87 ter fuera añadido por Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género–, que ya son cinco en la capital andaluza desde diciembre de 2008. Pero 398 sentencias declararon inocentes a los encartados.

Habrá quien diga que estas líneas no son políticamente correctas, así que vaya por delante que en mi opinión, los maltratadores están muy bien en la cárcel. Pero que muy bien. Y es una lástima que la tortura se haya desterrado también cuando se trata de aplicarla contra ellos. Así que con esto adelanto mi defensa contra acusaciones frívolas y variadas -o no tanto- de quien me lea con intenciones bibianescas, construidas desde el Ministerio de «Igual Da». Pero quiero dedicar mi reflexión a las maltratadoras. Sobre todo a las maltratadoras psicológicas, que las hay también. Ya lo creo que las hay. No creo que sea esta noche la primera en la que algún varón va a dormir en algún calabozo porque la Guardia Civil ha recibido la llamada de rigor por una discusión en la que ha habido unas voces más altas que otras, pero nada más.

Aunque, por fortuna, no todo termina con el padre de familia preparando maletita y neceser. He leído estos días La Opinión de Murcia. Un Juzgado de Cartagena ha tenido que enfrentarse a la curiosa tesitura de cierta denuncia presentada por maltrato psicológico. El maltrato pretendidamente infligido por el marido que se negó a abandonar el puesto de trabajo. La llamada urgente era de la mujer: una cucaracha había aparecido encima de la cama del dormitorio principal de la vivienda, y exigía que su marido se desplazara a la casa para que el asqueroso monstruo artrópodo depusiera su actitud. El marido contestó que no dejaría su trabajo para ahuyentar al bicho ni menos para asesinarlo, pero la esposa, afligida, avisó al Cuartel de la Guardia Civil, pues, según ella, la acción demostraba el abandono que sufría, y, si se tenía en cuenta «la animadversión padecida hacia esos insectos», todo ello era, siempre a juicio de la histérica, constitutivo de un delito de maltrato psicológico.

Desde luego, algo había que hacer para descongestionar los Juzgados de Familia. Para que unas medidas provisionales que se piden en mayo no se dicten en septiembre, cuando por el camino los cónyuges ya se han matado a sartenazos. Pero lo que había que hacer era cualquier cosa menos quitarles la competencia para conocer de asuntos que tienen un componente técnico indudable. Aseguro que mis alumnos no se creían que en mitad de un procedimiento contencioso de divorcio, si media una denuncia por maltrato y la misma es admitida a trámite, serán los Juzgados de Violencia contra la Mujer (con todas las mayúsculas institucionales) los que tendrán que decidir las cuestiones de guardia y custodia, de custodia compartida, de uso de la vivienda familiar que es propiedad de los abuelos paternos y estaba cedida en uso a la familia, las cuestiones de contribución a las cargas familiares, de alimentos de los hijos mayores, y hasta de la disolución y liquidación de la sociedad de gananciales, con todo lo que ello conlleva de calificación previa como privativo o ganancial de cada uno de los bienes y cada una de las deudas.

Menos mal que en Cartagena hubo sensatez. La denuncia siguió su curso habitual, y al llegar al Palacio de Justicia, el juez especializado en violencia contra la mujer decidió que no merecía ser tramitada. Lo que no sabemos es si el marido fue invitado a presentar otra denuncia -pues ¿quién era el maltratador y quién precisaba urgente ayuda psicológica?- o fue invitado a que la próxima vez que reciba una llamada parecida, acuda al domicilio familiar para capturar a la blatta orientalis e irse con ella de copas a continuación, o hasta para iniciar una relación más sensata, pues, bien mirado, ¡las cucarachas también son de Dios!

Texto publicado en La Tribuna del Derecho.


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